LOS PSEUDOESCÉPTICOS
Una nueva entrega de Cartas a Ella, el proyecto con el que estoy desde hace unos meses:
Mi querida nieta,
Hoy me propongo escribirte sobre un fenómeno que ocurre desde hace años y que no mucha gente conoce aunque estemos por lo general influidos por él. Te he contado qué es el cientifismo, la religión de la ciencia. Ahora te escribo sobre sus sacerdotes que se autodenominan escépticos, es decir que dudan de todo, pese a que como verás poseen arraigadas creencias.
No suelen ser simples creyentes, practicantes al uso de misa el domingo, no. Ellos van un paso más allá y han decidido ser devotos de su dios, entregar la vida por algo que consideran grande, ser divulgadores del cientifismo, expandir por el mundo sus mandamientos.
El escepticismo es la corriente filosófica que expresa la duda en la posibilidad de un conocimiento veraz, de la verdad objetiva. Pero ahora no tratamos sobre eso, estate atenta. El escepticismo original, como corriente filosófica, nació en la Grecia antigua y Pirrón (siglo III antes de nuestra era) fue su fundador.
Los escépticos elevaban la duda al nivel de un principio; ante cada objeto, decían, son admisibles dos opiniones que se excluyen mutuamente: la afirmación y la negación, y por eso nuestros conocimientos acerca de las cosas no son veraces.
En la filosofía contemporánea, el positivismo, que data del siglo XIX, ha asimilado a su modo los argumentos tradicionales del escepticismo y considera absurdos todos los juicios, generalizaciones e hipótesis, cualesquiera que sean, inaccesibles a la comprobación experimental.
El movimiento escéptico organizado nació en Estados Unidos en la década de los años setenta del siglo pasado, el XX, cuando el filósofo Paul Kurtz creó el Comité para la Investigación Científica de los Supuestos Fenómenos Paranormales (CSICOP).
Eso fue en 1976 y a ello contribuyeron personajes conocidos como el astrónomo y divulgador Carl Sagan, el profesor de bioquímica y prolífico autor de obras de ciencia ficción Isaac Asimov, Martin Gardner, filósofo de la ciencia estadounidense, mago ilusionista muy popular por sus libros de matemática recreativa o el también mago James Randi.
La idea era que los científicos, tan centrados en su ámbito y especialidad, tuviesen más interés en las creencias sociales (de manera paradójica una de las cosas que se le achaca hoy a los llamados escépticos es su alejamiento de los problemas sociales por su excesivo cientifismo).
Desconozco si los fundadores de ese movimiento tenían entonces como sus discípulos actuales, seguramente no fuese así, fe ciega en la evidencia científica y más en concreto la conseguida única y exclusivamente por el llamado método científico, tan necesario pero incompleto para entenderlo Todo.
Este concepto lo oirás mucho en sus bocas y leerás que sale mucho de sus plumas. Como si de una degeneración de toda la historia filosófica del escepticismo auténtico se tratase, todo lo que no tenga evidencias, en castellano es más correcto escribir pruebas científicas, no ha de ser considerado en serio. La idea es sencilla y muy seductora; ¿quién puede ser «tan tonto» para confiar en cosas que no están probadas? Pero el argumento también es muy arrogante ¿verdad?
Lo cierto Ella es que esos escépticos pronto pasaron de dudar a negar y por eso uno que estuvo con ellos en sus inicios Marcello Truzzi, profesor de sociología en la Eastern Michigan University que les acompañó en el CSICOP les llamó «pseudoescépticos». Lo usó para denominar a los escépticos que tienen más tendencia a negar los fenómenos antes que a dudar sobre ellos y analizarlos; que se dedican a desprestigiar a quienes consideran sus oponentes más que a investigar sobre lo que esos dicen.
Había visto desde sus orígenes la degeneración que vendría, la inclinación hacia el dogmatismo de los que se autoproclamaban escépticos. Te confieso Ella, que cuando era más joven, en los inicios de internet, cuando apenas había información en la red y la buscábamos por pura curiosidad, sentí cierta atracción por este escepticismo del que tratamos. Personas críticas que buscan la verdad y luchan para que la sociedad no sea engañada. Es algo seductor.
Y todo con el marchamo de seriedad y rigor que te da el hacerlo en nombre de la ciencia. Interesante. Aunque ya desde el primer contacto «internáutico» me chirrió el tono con el que estos individuos divulgan, muy agresivo, como si la verdad les hubiera sido revelada y ellos fueran los responsables de darla a conocer.
El verdadero escéptico duda, así se ha logrado todo lo bueno que ha aportado (y que aportará la Ciencia, así con mayúscula) que es mucho ¿cómo si no podríamos conocer el mundo sin la ciencia?
Pero el movimiento internacional que es hoy el escepticismo, de manera paradójica, habla como una sola voz; no deja de ser curioso que a nivel mundial casi todos los escépticos, ya convertidos en pseudoescépticos, piensen como uno sólo: tratan los mismos temas, en la misma línea en cualquier país y con los mismos argumentos y similar arrogancia y soberbia. Un escéptico honesto duda, un dogmático cientifista niega, no lo olvides porque así te será fácil distinguirlos.
Si lees sobre los asuntos que motivaban esta ideología en sus comienzos verías que, por ejemplo, hacían divulgación sobre ovnis, fantasmas, teorías de la conspiración y leyendas urbanas y su empeño estaba en «despertar» a la sociedad sobre que ello no eran más que bobadas, chaladuras, habladurías sin fundamento propias de charlatanes.
No lo discuto porque yo sobre esos asuntos no entiendo. Pero poco a poco fueron cambiando de enfoque aunque no de esa actitud tan poco escéptica de hablar con una sola voz y hoy lo hacen en defensa de lo que esté relacionado con las grandes empresas tecnológicas del sistema cientifista industrial: «blanquean» a las farmacéuticas cuando tratan de modo ferviente sobre las vacunas, sobre las que no admiten dudas de manera paradójica o cuando critican la homeopatía u otras maneras de entender la medicina y las terapias denominadas naturales; niegan que las ondas electromagnéticas y los teléfonos móviles y cualquier aparato que emite contaminación electromagnética pueda causar daños a la salud; divulgan a favor de los productos transgénicos y atacan todo lo que haga sombra a estos y en especial a la alimentación ecológica; o se ríen de las personas que sufren por la perenne contaminación por sustancias químicas tóxicas a la que nos vemos expuestos a diario en nuestra sociedad.
Todos a una, con una misma agenda y siempre, siempre, aunque fuese de manera indirecta beneficiando al poder corporativo establecido: farmacéuticas, alimentarias, biotecnológicas, industrias químicas, de las telecomunicaciones y eléctricas y quienes están detrás de las mismas como bancos o fondos de inversión.
¡Ahh! Y sí, también atacan de vez en cuando a su enemigo tradicional, la religión y en concreto a la preponderante en nuestro ámbito, la católica y su Iglesia al albur de asuntos como el uso de anticonceptivos, preservativos, las células madre, etc.
Siempre son los mismos «gurús» en cada país, que tratan sobre los mismos temas con los mismos argumentos. Casi nunca tratan de otros asuntos de controversia científica y mira que los hay. Quizá por eso sus críticos les llaman pseudoreligión cientifista o secta o fundamentalistas científicos.
Y es un movimiento que se retroalimenta pues las «fuentes» del pseudoescepticismo es el propio pseudoescepticismo; creen fanáticamente lo que escriben los pseudoescépticos, sin ser críticos respecto a lo que divulgan y sin consultar otras fuentes y cuando dicen que esa información proviene de «científicos» son los científicos pseudoescépticos (pocos y no muy brillantes) o aquellos que se acercan a sus tesis.
Todo por la ciencia pero sin la ciencia pues que a un científico independiente y especializado se le ocurra publicar un trabajo que cuestione los transgénicos o un determinado producto químico tóxico. Que verás lo que le ocurre. Será castigado, ninguneado e insultado por esta especie de Inquisición laica.
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