LA MUERTE NO EXISTE

  • Martes, 01 Diciembre 2015



Emilio Carrillo invita a dar ese salto que, a veces, parece imposible, perderle el miedo a la muerte, tan instalado socialmente. Acaba de publicar su enésimo libro, "El tránsito" (Editorial Sirio), y sobre ese tema cuenta una experiencia personal, como también la de otros. Y sostiene: "Es un imposible"
Quién es

Economista, escritor prolífico, conferenciante, experto internacional en Desarrollo Local por Naciones Unidas y técnico de la Administración General, Emilio Carrillo fue profesor de diversas universidades españolas y extranjeras, vicealcalde de Sevilla, vicepresidente de la Diputación hispalense y presidente de la Red de la Unión Iberoamericana de Municipalistas.
Su atención se ha centrado prioritariamente en la flosofía, la historia y, sobre todo, la espiritualidad, Imparte clases de Espiritualidad en la Vida Cotidiana en la Universidad de Barcelona.
Más Información en el blog El Cielo en la Tierra:
emiliocarrillobenito.blogspot.com.es

Aurelio Álvarez Cortez
-A la muerte se la niega, estigmatiza, es un tema tabú para la sociedad occidental. Y tú, Emilio, te animas a hablar de ella abiertamente.

-En la sociedad actual hay un intento de olvidar, ocultar, que la muerte es un hecho que está en la vida. Pero las personas fallecen, es algo que se produce a diario. Se han ido introduciendo costumbres, pautas sociales, que tienen precisamente ese objetivo: que la muerte pase inadvertida. Hoy ya no hay velatorios en las casas, las personas mueren en los hospitales, de la cama del hospital pasan al tanatorio, se intenta enterrar lo antes posible. Incluso existe una práctica bastante extendida de poner en los certificados médicos, si el deceso ocurre a las 5 de la tarde, que ha sido un par de horas antes para no esperar y realizar la inhumación al día siguiente. También se ha establecido que los niños no vayan al entierro de sus abuelos. Es mirar al otro lado. Lo único cierto en la vida, lo único que puedo asegurar sin ser adivino, es que se producirá un momento determinado en el que acontecerá eso llamado muerte.

-Lo primero que dices en tu libro es que “la muerte no es tal”. ¿Puedes explicar el porqué de esta afirmación?

 -Es sencillo. La muerte es una puerta que se abre para ir de una habitación a otra de la vida. De la habitación A, un plan físico y material, pasamos a la habitación B, un plano más inefable, no físico, no material, que también tiene sus leyes, no físicas pero sí naturales. La muerte es el denominado tránsito, para pasar a lo que se suele llamar coloquialmente plano de luz. En las charlas digo que somos Conductores encarnados en un coche para vivir la experiencia humana. A ese Conductor le podemos dar muchos nombres, alma, energía, espíritu, amor, luz. Qué cada cual, en función de su corriente cultural y espiritual, lo denomine como quiera. El Conductor ha existido antes y lo hará después de estar aquí. Para vivenciar, necesitamos un vehículo, un instrumento que posibilite palpar esta experiencia. Es nuestro yo físico, mental y emocional, lo que nuestros sentidos corpóreo-mentales perciben de uno mismo y de otros. Cuando llega ese momento denominado muerte, ésta se produce sólo para el coche. Para el Conductor no. Y puede plantearse volver al plano humano con un coche nuevo, que se ajuste a las nuevas experiencias que quiera vivir. La muerte realmente es un imposible, un fantasma de la imaginación humana; no hay razón para que le tengamos miedo.

-¿Y cómo lo sabes?

-Dispongo de tres grandes fuentes, importantes. Para mí la más significativa es la meditación. Hace muchos años que hago prácticas de introspección, de meditación, y he conectado profundamente con lo que somos, con ese Conductor que inevitablemente, olvidemos o no, realmente somos. He recordado su existencia, que yo soy ese Conductor; me he ido desidentificando del coche y acercándome al recuerdo de lo que es y lo que somos. En ese recuerdo he conectado con lo que me gusta denominar la sabiduría innata, que tenemos todos, me ha mostrado cómo es ese otro plano, lo que se vive en la experiencia de tránsito, etcétera. Otra fuente, que entiendo como una bendición de la vida hacia mí, llega a través de un accidente, una caída en una montaña que me provocó consecuencias físicas. Yo viví el 29 de noviembre de 2010, entre las 4 y las 6 de la tarde, una experiencia cercana a la muerte (ECM) en la UCI de un hospital. Percibí claramente que salía de mi cuerpo, etcétera. La tercera fuente es que, a partir de esa experiencia, me interesaron las EMC. Así encontré que hay muchísimas personas y libros que describen lo mismo que yo viví. Lo que aquella tarde percibí no tiene nada que ver con una fantasía de mi mente: hay protocolos, pautas, que se repiten en todos esos otros casos y circunstancias.

-Aseguras que estamos en el momento justo de incorporar culturalmente la idea de la muerte, ¿por qué?

-Hay razones desde una perspectiva científica. La medicina ha avanzado extraordinariamente de mano de la tecnología, con nuevos descubrimientos, y está haciendo que algo que antes raramente sucedía, hoy acontezca con mucha frecuencia: personas en la última frontera vital son recuperadas y vuelven con ECM vividas. En su libro “Yo vi la luz”, un médico sevillano ya fallecido, Enrique Vila López, recopiló con su mujer, María de los Ángeles Garfia, 120 experiencias que describen lo mismo, con similares protocolos y pautas, personas de distintos lugares geográficos, de diferente edad y sexo. En paralelo, hay una razón consciencial: el convencimiento pleno de que la humanidad evoluciona en consciencia. A veces puede parecer que la humanidad no evoluciona por los problemas de siempre: guerras, violencia, miseria… Pero detrás de ese bosque hay una evolución y siento que esto nos está llevando al momento de, por fin, coger el toro por los cuernos. Es el momento en que la humanidad mire de cara a la muerte y la comprenda, ayudada por los avances científicos, y pierda –esta es la clave– el miedo a la muerte.

-Precisamente, hablemos de plenitud ya que tú dices que no puede basarse en el miedo.

-La libertad es la ausencia de miedo. Una persona libre no tiene miedo, la libertad completa es la completa ausencia de miedo. Esto estaba en la comprensión de culturas muy antiguas. Los idiomas europeos como el castellano o el inglés, en sus raíces, proceden de unas ramas lingüísticas que se conocen como indoeuropeas, muchas originarias del Medio y Extremo Oriente. En esas lenguas indoeuropeas la palabra miedo se construía con un prefijo delante de la palabra libertad. Esto se ha perdido en el castellano en su evolución desde el latín, pero en inglés, por ejemplo, se ha mantenido: “free” es libre y “freedom” significa libertad; pero cuando se pone una “a” delante se construye la palabra “afraid”, es decir, “asustado”, “temeroso” (“to be afraid”: “tener miedo”). El miedo a la muerte está presente, por eso se mira hacia otro lado. Tener miedo a la muerte es tener miedo a la vida. Como si un francotirador te fuera a disparar en cualquier momento, piensas “¿cuándo me va a llegar?”, y te proteges y siempre andas con cuidado. Pero san Juan de la Cruz, desde su plenitud, dice “… dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”. La gente se cuida mucho, se asegura, quiere controlar la vida, esto es un absurdo porque sabemos que la vida fluye. No puedes tener plenitud con miedo porque no hay libertad. Y al no haber libertad, no puede haber plenitud.

-Señalas que en la raíz del miedo está el ego.

-Sigamos con el símil del coche y el Conductor. Cuando eres consciente de la divinidad, infinitud y eternidad de lo que eres, tomas el mando del coche. Pero lo que le sucede a muchos es que el Conductor está dormido, olvidado. El coche tiene un sistema operativo, la mente. Y ante la ausencia del Conductor consciente, la mente enciende un piloto automático, como pasa en los aviones. Así se sustituye el mando consciente del conductor por ese piloto automático que es creación de la mente, el ego. El ego es una creación que pertenece al mundo del coche. Y como todo lo que es el coche, morirá con total seguridad, tiene fecha de caducidad, y es lógico que tenga miedo a ese momento.

-En una ECM descubres que no hay errores en la vida terrenal, según tu experiencia. Si aceptamos esto, muchos sentimientos de culpa desaparecerían.

-Cuando yo salí aquel día de mi cuerpo visualicé todo lo que había sido mi vida. Comprendí con absoluta claridad que en ningún momento me había equivocado en nada, no había cometido error alguno del que arrepentirme o querer eliminar por un sentimiento de culpa, carga o lastre. Cada persona actúa en correspondencia con el estado de conciencia que tiene en cada instante. Además, te das cuenta de que no se trata de un tema de jerarquías, si se es más listo o más tonto, malo o bueno. No, allí rigen el amor y el respeto al libre albedrío. En mi caso, comprobé que aquellas cosas que había entendido como errores abrieron puertas a nuevas vivencias, a nuevas experiencias. Si alguien dice “yo creo que me equivoqué aquí y aquí, y me arrepiento y ojalá pudiera quitarlo de vida”, le comento que si realmente lo borrara de su vida, la perspectiva que tiene ahora la perdería, su estado de consciencia pasaría a ser otro. Por eso hay que respirar y vivir muy tranquilos.

-Te refieres a estados de conciencia y no de niveles. ¿No son lo mismo, confundimos los términos?

-Contemplemos la naturaleza. En la ella, según el dicho andaluz, “ca uno es ca uno”. A pesar de la mente, no hacemos niveles. Paseas por el campo, donde hay de todo, animales chicos y grandes, plantas muy pequeñitas y grandes árboles, el cielo y la montaña, el arroyo y el gran río… Cuando andas por allí no vas diciendo “fíjate, esto es mejor que esto” o “aquello es peor”. Entiendes que todo forma parte de un conjunto y cada cosa tiene su sitio. También en el cosmos y lo que nos rodea. Sin embargo, con qué facilidad en el ámbito humano nos pasamos la vida haciendo juicios, de nosotros mismos y de los demás. Al dejar de lado la mente, las jerarquías y los niveles desaparecen. Cada uno está en su estado de conciencia y proceso evolutivo y no hay más historias.

-Una buena pregunta que planteas es por qué no vivimos todo de un tirón, evitando las encarnaciones.

-Hay una razón espiritual profunda. Esa ruptura entre las encarnaciones acelera el proceso consciencial. En el plano de luz tienes una percepción, una perspectiva amplia de las cosas, ahí se ofrece una ventaja que no posee una encarnación única, que es evaluar tus experiencias y decidir cuáles quieres vivir y volver a encarnar y comenzar un nueva vida en consonancia con ello.

-¿Quién decide la hora de hacer el tránsito?

-El coche no se estropea por casualidad, cuando llega al fin de sus días es porque lo decide el Conductor. Ha llegado el momento de transitar y a partir de ahí genera un accidente o una enfermedad para desencarnar. El Conductor lo decide cuando aquellas experiencias para las que había encarnado, las ha vivido. O también cuando viniste a vivir unas experiencias, pero por libre albedrío no las llevas a cabo y llega un momento en el que comprendes que ya no las vivirás, y entonces desencarnas.
-Comparto contigo la afirmación de que nadie viene a esta vida a sufrir.

-Y añadiría otra: sufre quien quiere. El sufrimiento es una elección y forma parte del proceso consciencial. Místicos como san Juan de la Cruz lo han llamado “la noche oscura”. El sufrimiento, la tristeza, la soledad, tienen su papel, pero ¡cuidado!: tú eres libre de decir “vale, el sufrimiento es una vía de evolución consciencial, pero yo voy a evolucionar desde el gozo, el placer de la vida misma”. La mente, además de ver todo torcido, funciona en el contraste, en los opuestos, y siempre tiende a ir hacia el lado negativo. En la cuestión de salud y enfermedad, las personas sanas no valoran la salud que tienen, los días pasan sin que haya un agradecimiento a ellas mismas y a la vida por poder disfrutarlos con fortaleza y energía. Pero llega una simple gripe y ya estás pensando en lo importante que es la salud; y cuando la recuperas, te olvidas de nuevo.

-Enfermamos por la mente…

-Sí, cuando te empeñas en vivir a través de la mente. El estado de conciencia evoluciona por las experiencias del día a día, no por los libros que leas o los vídeos que veas, que sólo sirven si hay interiorización propia y puesta en práctica. La mente no computa las experiencias de gozo, como la salud, pero sí las experiencias del sufrimiento, como la enfermedad. Es como si hubiera dos zumos: uno de naranja, dulce; y otro de limón, ácido. La mente no ve el de naranja, así la gente para evolucionar toma mucho zumo de limón. ¡Oye, déjalo, de lo contrario no te quejes! Valora la salud y evoluciona desde el gozo. Desde hace mucho tiempo evoluciono desde el gozo, de mi vida ha desparecido radicalmente el sufrimiento, se acabó. No me inquieto por nada.

-Por eso afirmas que la iluminación es vivir sin quejas. ¿No hay que ir a un Shangri-La? Es mucho más económico y simple el trámite.

-La iluminación consiste en darte cuenta de lo innecesario de la iluminación, porque ya lo estás. Estamos iluminados, es lo que somos; cosa distinta es que te aferres al coche, te olvides de lo que eres y te lances buscando la iluminación no sabemos dónde. Como ha dicho Krishnamurti, sé una luz para ti mismo. La iluminación es ser normal. Cuando una persona se quiere revestir de “circunstancias especiales”, esa persona no está iluminada. La iluminación no consiste en levitar, hacer milagros o cosas raras de telepatía, adivinación, recibir mensajes de vayas saber dónde. Eso no tiene nada que ver con la iluminación. La persona iluminada es normal, entendiendo como tal a quien lleva una vida sencilla, con una práctica cotidiana basada en esa simpleza, con mucha paz, en el aquí y ahora, compartiendo con los demás. Es verdad que en el lenguaje coloquial hemos terminado confundiendo lo que es frecuente con lo que es normal. Muchas cosas frecuentes no son normales sino profundamente anormales, y cosas normales son muy poco frecuentes.
La mayor plasmación práctica en la vida diaria de la iluminación es vivir sin quejas. Una persona iluminada ha comprendido que lo que ocurre en su vida y en la de los demás, en la Tierra, en el cosmos, todo tiene su sentido profundo. No existen las casualidades, todo está lleno de sincronías, en una permanente relación causa-efecto, y todo tiene su sitio. A partir de esa comprensión real que no da la mente, sino el corazón, que no es un acto de fe, desaparece la queja. Te enamoras de la vida, vives la vida como lo que es en su totalidad, no la divides en partes, no caes en la estupidez del ego de que “esto me gusta y aquello no”. ¿Tú quién eres para juzgar la vida? Intenta adquirir una perspectiva más amplia, comprueba que la vida entera es un milagro, en ella todo lo que acontece tiene ese porqué y para qué, un sentido profundo. Se confía en la vida, la confianza genera aceptación que no es resignación o impotencia, la aceptación que deriva de que tú confías en la vida. Esa confianza genera aceptación, ya no hay quejas.

-También recuerdas que el núcleo duro de la espiritualidad se resume en aquella frase de “conócete a ti mismo”. Para qué buscar más…

-Entre otros sitios, la frase estaba colocada en el pronaos del Templo de Apolo en Delfos, en la Grecia antigua, hace dos mil quinientos años. Allí la gente se conectaba con lo divino, el oráculo de los dioses. Y los sabios la pusieron para que la gente se enterara desde el principio: “Oye, conócete a ti mismo porque eso es la espiritualidad”. Expresado también a modo de símil, ¿sabes que pondrían hoy esos sabios?... “Recuerda que eres Conductor y coche, eso es conocerse a sí mismo”. Tienes un yo físico, mental y emocional y eres divino, infinito y eterno: un ser que procede de donde no hay tiempo y espacio, pero estás aquí viviendo una experiencia donde hay tiempo y espacio; y necesitas un vehículo, el cuerpo, la mente… Sin embargo, eres mucho más que eso.

-¿Y siempre aparecen señales que avisan?

-Podemos percibir la llegada de ese momento porque se dan mensajes. Yo lo viví en agosto de 2010, cuando tuve la claridad absoluta, al hacer meditación, de que en mi vida iba a ver un vuelco, ocurriría algo que yo asociaba con el fenómeno de la mal llamada muerte. Igualmente, he hablado de ello con personas que han vivido ECM´s. Y en muchos libros que recopilan estas experiencias se menciona. Por eso lo afirmo rotundamente: siempre, siempre, hay señales que te dicen que ha llegado el momento, que el desencarnar, el tránsito, está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, vamos en el coche tan apegado a él, con tanta velocidad, viviendo en una sociedad que rinde culto a la velocidad, que esas señales las tenemos delante y no las vemos.

-Nos queda hablar de los enfermos terminales, la esquizofrenia, el alzhéimer, la bipolaridad, el karma… ¡del Gran Olvido! (risas).

-Sí que quedan cosas fuera, pero para ello está el libro.

-Lo más curioso es que esto se publica en un mes, diciembre, cuando termina el año. Alguien pensará “qué manera de terminarlo hablando de estas cosas”.

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