“La muerte es maestra de vida: como vivas, así morirás”
“La muerte es maestra de vida: como vivas, así morirás”
Cinco invitaciones
Frank Ostaseski es un hombre alto, de rostro sereno y una mirada azul que se inunda de lágrimas cada vez que recuerda a los enfermos que ha acompañado hasta el final de sus vidas. Cofundó el Zen Hospice Project, el primer centro budista especializado en cuidados paliativos en Estados Unidos, y después el Metta Institute. Hoy forma a médicos y enfermeros en la clínica Mayo, y también a familias en centros de espiritualidad budista. Por eso el Dalái Lama le honró en el año 2001. Ostaseski propone transmutar el miedo a la muerte en pasión por la vida, enseñanza que expone en su libro Las cinco invitaciones (Océano), y también en su portal www.fiveinvitations.com.
¿A cuántos moribundos ha ayudado en su muerte?
A más de un millar en estos últimos 35 años.
¿Es una vocación?
Yo tenía 17 años y mi madre falleció. Un par de años después, murió mi padre. De enfermedad. Lo pasé muy mal, pero aquel dolor se convirtió en un regalo.
¿Qué regalo?
Quise acercarme a la muerte, ayudar al que muere. Y lo hice, y sigo haciéndolo, y esto me depara la plenitud en la que vivo.
Muerte y plenitud... Contradictorio.
Es lo más congruente del mundo. ¡La muerte es maestra! Nada enseña más que la muerte. Los enfermos terminales a los que acompañé me enseñaron cómo ayudar a otros.
¿Cómo se acercó a los enfermos?
Con el corazón, con presencia, escucha, afecto. A mis veintipocos años descubrí el budismo zen y la meditación... Y sentí que aquello podía ser útil para ayudar.
¿Qué aprendió del budismo zen?
La compasión: todos sentimos el deseo profundo de liberarnos del sufrimiento, y todos podemos escucharlo y aprovecharlo para no convertirnos en sus víctimas.
La morfina también ayuda.
Contra el dolor físico. Pero... ¿y contra el sufrimiento psíquico, emocional, espiritual?
¿Cuál es el consejo de oro?
Lo imparto a médicos: “Si acompañas a un moribundo, no hables tú: ¡escúchale a él! Y cuando sientas que conviene, tócale”.
Cuénteme una muerte vivida.
Rick, enfermo ya terminal de sida, padeció una hemiplejia días antes. A Steven, otro enfermo terminal que yo cuidaba, le propuse: “¿Vamos juntos a despedirle?”. Fuimos a la habitación de Rick, y lo que vi entonces fue...
...
... Yo me quedé en un rincón. Steven y Rick se miraban, sin decirse nada. Se miraban a los ojos, así durante veinte minutos largos...
Se emociona...
...entonces...Rick asintió levemente con la cabeza. Steven dijo: “Fue hermoso”. Y nos despedimos. Rick murió aquella noche. Steven murió pocos días después, con serenidad: lo entendió todo en los ojos de Rick.
¿Qué hay que entender, Frank?
Que dejar tu vida aparcada y querer recuperarla en el último momento ¡es ridículo! La muerte te sugiere cómo vivir una vida plena.
¿Cómo es una vida plena?
Respóndete tú mismo: imagínate en tu lecho de muerte: ¿qué querrás en ese instante? ¿Que haya un Porsche en tu garaje, quizá?
Nunca está de más.
No, créeme: ¡querrás sentir que eres amado y que has amado bien! Dos preguntas vendrán: ¿soy amado?,¿he amado bien?
Le creo.
La muerte es maestra y enseña esto, hazle caso desde ahora mismo: ¡cultiva el amor!
¿Qué más me enseña la muerte?
Que todo es cambio, que todo muta incesantemente: ¡si te resistes al cambio, sufrirás!
El mayor cambio, está claro, es morirse.
Por eso batallar contra la realidad...es perder siempre. ¡La realidad siempre gana!
Qué putada, ¿no?
No. ¿Por qué te gusta más una flor de cerezo que una de plástico? ¡Porque es fugaz! La belleza es perecedera. Si fuésemos inmortales, la vida perdería mucha parte de gracia. Por eso la muerte hace preciosa a la vida.
Buen intento.
La muerte te envía cinco invitaciones para vivir plenamente, para bien vivir. ¿Aceptas?
¿A ver?
La primera invitación: “No esperes”. ¡Preséntate ya en tu propia vida! La segunda: “Acepta todo, no rechaces nada”. No significa que todo te guste, sólo que lo confrontes todo, que no rehúyas nada, míralo todo de frente, cara a cara, apréstate a descubrir lo que llegue, sea lo que sea, a asombrarte.
Tercera.
“Pon todo tu ser en la experiencia”. Atendí a un amigo enfermo de sida, sin movilidad, sin habla, con diarreas: le llevaba del retrete a la bañera todo el rato. Esa madrugada yo estaba agotado... Y entonces noté que quería susurrarme algo. Me acerqué a él, y me dijo: “Te estás esforzando demasiado”.
Toma.
La pesadilla se disipó. Yo había querido ser el fuerte, el Superman, y rompí a llorar a su lado, en el váter. ¡Entonces sí estuvimos de verdad juntos, de corazón a corazón, como él me necesitaba! Ahí empecé a ser útil.
Quedan dos invitaciones...
“Busca un lugar de reposo en medio de la agitación”. Una anciana moribunda, sentada al borde la cama, sentía asfixia, estaba muy angustiada, y muy arisca. “¿Tiene frío?”, preguntaba la enfermera, solícita. “¿Frío? ¡Estoy casi muerta!”, replicaba ella, cabreadísima. Le pedí que se fijase en ese momentito al final de cada exhalación de aire. Lo hizo. Se apaciguó. El miedo desapareció de su rostro. Había hallado un lugar de reposo. Veinte minutos después, moría, sosegada.
¿Y la quinta?
“Cultiva el no saber”. ¡No es ignorancia! Ignorancia es empecinarte en un saber erróneo. Pero el no saber consiste en abrirte a explorar, en abrir tu mente al asombro. ¡Hazlo! ¡Ya! Así como vivas, así morirás.
Fuente: La Vanguardia
Fuente: La Vanguardia
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