El síndrome del impostor más impostor
Me consta que tú padeces el síndrome del impostor más impostor de todos. ¿Me equivoco?
Me pasa como a ti; y tú y yo, la verdad, no somos tan distintos. Todos somos impostores.
El síndrome del impostor acecha. A menudo impide que puedas hacerte con una marca personal genuina.CLIC PARA TUITEARSé que estás hasta el moño de leer artículos que hablan del síndrome dichoso, pero solo para escudarse en que, después de todo, no importa. Total, si a todo el mundo le pasa…
¡Ah!, pero si pretendes construirte una marca personal, seas o no popular, sobre todo en ese caso, te importa. Ya lo creo que te importa.
Una anécdota para abrir boca sobre el síndrome del impostor
Hace años trabajé en una editorial. Fue el tiempo de la felicidad, el de juntar dos pasiones que ignoraba que pudieran juntarse: la atracción por los espacios y la atracción por las palabras. Como me gusta decir, la atracción por la belleza. Mi perdición.
Me habían hecho una prueba de selección: sabía escribir; ese fue mi salvoconducto. Allí aprendí lo que era un libro de estilo y aprendí a corregir. Tres años que fueron bonitos al principio; luego, no tanto. Poco a poco, el ambiente se fue enrareciendo y se nos contabilizaba hasta el número de visitas que hacíamos al baño.
Verano. Calor. Agua. Pis, el justo, que se penalizaba. «¿Tú no sudas o qué?».
Soy bien mandada y, si en ocho horas de trabajo solo había que ir dos veces, dos veces que iba. No me despidieron por mal comportamiento, no.
Hubo cambios en la subdirección. Consecuencia: me echaron.
Pásmate: fue por saber escribir. Si no era periodista, no podía escribir como lo hacía. Seguro que plagiaba.
Nunca dije que fuera lo que no era. Y las pruebas de que sabía escribir, a la vista estaban. A la vista estaba el material que me entregaban para redactar los artículos. Para los reportajes, solo diapositivas y una caja con superficie traslúcida retroiluminada; nada de texto.
El juez dictaminó despido improcedente, pero agarré la pasta y me largué. Si no me querían, tampoco los quería yo a ellos.
El sueño que representa mi síndrome del impostor más impostor
Si el despido había sido improcedente, lo que tuve desde entonces fueron sueños de lo más procedentes. Pesadillas, más bien.
Estoy en el aula semicircular de clase de Crítica Literaria, rodeada de compañeros que van saliendo en silencio. Me quedo sola. La fila en la que me encuentro está en alto, a un par de metros sobre el estrado del profe; aun así, él es un gigante y yo, un gusanito que ese coloso podría aplastar con la mirada.
«No está usted a la altura», dice con un vozarrón cavernoso (sordo y bronco). Y me manda de vuelta al cole de primaria.
El sueño se repite cada tanto, sobre todo, cuando me propongo iniciar algo nuevo. Mi cuñada, psicóloga de pro, me dice que revela lo que se ha dado en llamar el síndrome del impostor.
Y yo que quería tener mi propia marca personal.
Qué es el síndrome del impostor
No estás a la altura.
No mereces el lugar que se te da.
Estás ahí por enchufe, por casualidad, porque caíste de pie (se te apareció la suerte en forma de chollo).
Son frases que resumen los mantras que resuenan en la cabeza del impostor. En la cabeza de los impostores (observa que no digo «en las cabezas» porque cada impostor tiene una sola y bastante tiene; que no es una hidra de siete, aunque se le parezca por el jaleo que se le monta).
Al parecer, fueron Pauline Rose Clance y Suzanne Ament Imes las psicólogas que acuñaron la expresión hace casi cincuenta años. Si tecleas sus nombres en Google, puedes leer esto:
El término «fenómeno del impostor» se utiliza para designar una experiencia interna de falsedad intelectual que parece ser particularmente frecuente e intensa entre una muestra selecta de mujeres de alto rendimiento. Ciertas dinámicas familiares tempranas y la introyección posterior de los estereotipos sociales de roles sexuales parecen contribuir significativamente al desarrollo del fenómeno del impostor. A pesar de sus destacados logros académicos y profesionales, las mujeres que experimentan el fenómeno del impostor persisten en creer que en realidad no son brillantes y han engañado a cualquiera que piense lo contrario. Numerosos logros, de los que uno podría esperar que proporcionen una amplia evidencia objetiva de un funcionamiento intelectual superior, no parecen afectar la creencia del impostor.
Y pásmate: a pesar del tiempo transcurrido y lejos de moderarse, el síndrome, en general, se ha disparado.
Qué es el síndrome del impostor más impostor
Mi primera vocación, antes de descubrir la Filología, fue el Periodismo. Ser periodista me parecía exótico: viajes, entrevistas, conocer gente. Ni siquiera lo intenté porque no había escuelas de periodismo cerca de casa. Y mis padres dijeron que nanay, que con la labia que tenía bien podía apañarme.
«No está usted a la altura». Esa condena, junto con la expulsión del paraíso, regresa a mí cada tanto.
Sabía escribir, pero necesitaba que un poder externo lo acreditara. Fíjate hasta qué punto se llega a padecer el síndrome del impostor más impostor: ni todos los artículos firmados por mí —y publicados— eran suficientes para cambiar mi percepción. Tampoco que otra subdirectora y el propio director de la editorial hubieran confiado en mi digno hacer hasta la fecha.
¿Y sabías tú que a Tom Hanks, Jodie Foster, Neil Armstrong, Meryl Streep e incluso al propio Einstein les pasó algo parecido? Puedes rastrear estas anécdotas en internet.
Quiero decir con esto que nadie está libre.
¡Ah!, los grandes. Todos los que uno supone que son más lo que sea. Todos aquellos con los que se mide; con los que queda siempre por debajo del metro cincuenta (o del metro sesenta, la media nacional durante lustros).
Así somos todos… de impostores
Por lo que revelan los primeros estudios que rastrearon el asunto allá por los 80: hasta el 40 % de los trabajadores con cargos de responsabilidad están tocados por el síndrome.
Y la estadística, en efecto, se ha disparado: los jóvenes que ingresan en este mercado frenético y de máxima incertidumbre son las nuevas víctimas. Hasta un 70 %. Para mayor escarnio, tienen donde establecer comparaciones con las alcahuetas —insomnes— de las RRSS.
Ah, pero ¿crees que el 30 % restante se libra?
Tuve un jefe inteligente, de mente ágil y capaz de ofrecer soluciones sin transpirar; con una cultura asombrosa y un conocimiento literario apabullante. En cierta ocasión me confesó que era «producto del fracaso escolar».
Todo lo que sabía lo sabía por ser autodidacta, me dijo. No era lo que transmitía su presencia.
Por lo que me he ido encontrando después, son habas contadas los que se libran. En general, se finge más que se es. Se busca «estar a la altura» por la vía del «parecer».
El último profesional que trabajó en casa también parecía competente. No entraré en detalles.
También parecían competentes los políticos cuando los elegíamos y hasta aquellos que descienden de la intocable estirpe azul. Tampoco entraré en detalles.
He visto de cerca lo que se cuece en televisión… Hubo un tiempo en que me creí a pies juntillas lo que salía de ahí.
Y he visto de cerca lo que se cuece en los hospitales. Y en las residencias.
El síndrome del impostor más impostor: vías de salida
La falta de confianza en uno mismo tiene salidas. Claro que las tiene. La del autodidactismo es una, como hemos visto.
Demos por sentado que estos tiempos de altísima exposición y demanda nos llevan a medirnos de continuo (no solo a los milenial, sino a quienes nos hemos aupado a lo virtual, o por gusto o por necesidad).
Y tanto los de arriba como los de abajo andamos perdidos.
También daremos por sentado que a mayor responsabilidad, más síndrome. A mayor éxito, más dudas y titubeos.
Y añadiremos que quienes trabajamos en casa (casas que más parecen oficinas que casas), sin un alma a quien encomendarnos, más expuestos estamos.
Pero la nuez, el alma del turrón es esto: nos comparamos con la imagen que otro quiere ofrecernos. No con la verdad del otro, sino con su estampa.
El otro está tan pillado como uno. Al nivel que pretenda, lo está. Es un buen punto de partida para empezar a tomarse el síndrome como un padecimiento que en absoluto es exclusivo de uno.
Las vías de salida propiamente dichas
Hay que salir de ahí. De lo contrario, acaba la boa impostora apretando más y más.
Seis salidas que te alejan de padecer el síndrome del impostor más impostor
Por aquí hay unas cuantas salidas para alejar el síndrome del impostor si lo que quieres es cambiar tu forma de sentir, de actuar…
- Di cómo te sientes. Nadie te morderá por ello (y si lo hace, responde). Solo tragar saliva no sirve. Puede que hasta te sorprendas con que al otro le pasa algo similar.
- Déjate de generalizaciones con respecto a ti. Hoy estuviste regular, ayer bien, anteayer fenomenal. Que un mal día (una mala experiencia) no tiña de oscuro el resto.
- Una cosa es cómo te sientes y otra muy distinta qué hay de verdad constatable en la situación que evalúas. Importa cómo te sientes, pero ya lo has manifestado (en el primer punto, ¿recuerdas?). Ahora, ponte con los hechos.
- Si te equivocas, reconócelo. Todos somos falibles. Quizá se te caiga el pelo si no lo reconoces. Por favor, no te fustigues, que bloqueas la salida.
- Dale una vuelta a la monserga que tienes en la cabeza. Formula lo que te pasó con palabras amables. Estás amonestando a una criatura aterrorizada, ojito.
- Descarta los pensamientos automáticos. Son rayaduras mentales que te mantienen detenido en la puerta. Cambia lo que piensas: es el primer paso para cambiar lo que sientes y actuar de un modo distinto.
Y puestos a tirar hacia adelante, seis salidas más para abandonar el síndrome
Porque quieres dar más de sí. Todos queremos, ¿verdad? Dar más de sí en todos los aspectos; ahí es nada. Y más, si pretendes hacerte con una marca personal.
Que no queden músculos atrofiados.
- Anticípate a lo que temes. Dramatiza el momento. Imagina el peor escenario posible.
- Ten claro hasta dónde llegas. A partir de ahí…
- Aprende, estudia, no te canses. Nadie nació aprendido. Quizá puedas formarte con esa persona a la que tanto admiras.
- No eres solo profesional de lo que sea. Eres un ser humano. Quizá no estés a la altura académica de otros que admiras, pero quizá has liderado batallas en lo emocional. Quizá hasta serás más feliz en cuanto te saques el síndrome del impostor más impostor.
- Mejor hecho que perfecto. La búsqueda insistente de la perfección es campo abonado para generar el síndrome. Excelencia, sí; perfección, no.
- Y, si tu problema es que siempre andas tarde, ponte las pilas. Nada como organizarse. La pregunta es qué hay de cierto en tal o cual cosa y qué te toca hacer al respecto.
Propina 1
También las grandes instituciones como la RAE o el Consejo General del Poder Judicial se equivocan y no por falta de autoestima. (Puedes teclearlo en Google y te saldrán gloriosas equivocaciones de estos intocables).
También los médicos, que tienen en sus manos nada más y nada menos que la salud del personal.
Eso sí, no padecen el síndrome del impostor.
También tú puedes equivocarte y salvar el aprecio que te tienes.
¿Qué cabe?
Aparte de admitir que errare humanum est, lo siguiente es soltar máscaras y reconocernos como lo que somos; ser rebeldes con este mundo al que se la pela cómo podemos estar pasándolo. Conste que ser rebelde nada tiene que ver con quemar contenedores ni con lanzar pelotazos. Hay formas mucho más sutiles, como las que te he descrito, que están mucho menos ensayadas.
Y desde ese punto, seguir adelante, mejorar, vivir más centrados, ser más fieramente humanos (parafraseando a Gabriel Celaya). A veces querríamos ser robots, insensibles, perfectos. Aunque dicen que aprenden de sus errores: en esto no nos vendría mal parecernos.
Propina 2
Los auténticos impostores ni piden disculpas ni padecen síndrome alguno. Fingen con tal arte que se hacen pasar por quienes no son sin que se les mueva un pelo.
«La ignorancia es atrevida», dice el dicho, y es cierto que suele generar menos inquietudes que el conocimiento. En ese sentido, una recomendación: no te engañes. Podrías estar estafándote a ti mismo.
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